He volado quizás a cinco o seis millas por hora viajando en una aerolínea comercial. Una leve presión contra el asiento en el momento del despegue, aislado del rugido del motor y envuelto en la irrealidad de las alfombras, los portatrajes y las laptops; la breve contundente aplicación de los frenos y la revisión de los motores en el aterrizaje, especialmente si el aeropuerto es viejo y las pistas son cortas. Por lo demás, obviamente, nada. La sensación de estar flotando: Música en mis oídos, una bebida en mi mano, la sal de los maníes en mis dedos, y muy poco en mi cabeza. Un viaje en tobogán es veloz, y más apasionante.
En un avión de verdad sería diferente. Crecí en una familia de la fuerza aérea. Mi padre era piloto y cruzó los cielos en enormes aviones cuatrimotores de patrulla llamados Argos que, como su tocayo de cien ojos en la mitología griega, estaban siempre alertas en busca de las timoneras blindadas de los submarinos soviéticos u observando con suspicacia los pesqueros varados en las cercanías de los puertos del Báltico. La base donde vivíamos no alojaba ningún avión verdaderamente veloz, pero de vez en cuando nos visitaban pesados F-101 o insectoides F-5 cargados de armas, con sus agujas salientes perversamente pulidas. Velocidad máxima: 1.72 Mach. Los mirábamos azorados: eran los veloces aviones que cumplían su promesa de romper barreras y superar límites, y sus potenciales trascendentes brillaban sobre los paneles de pintura mate tan visiblemente como las advertencias de NO PASAR Y ENTRADA DE AIRE. Nos decían: La velocidad transforma, la velocidad mata, la velocidad te hará libre. Colgué fotos de esos aviones en toda las paredes de mi cuarto, armé modelos miniaturas y soñé con la velocidad, con lo que ahora llamo “velocitización” ''
Mark Kingwell
Estas son las cosas que uno encuentra en los libros de ingreso de la facu. comparandolo con las drogas y con el sexo lo entendemos todos :D
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